Bienvenidos a nuestro pequeño rincón de fantasía donde la imaginación se convierte en el instrumento más valioso y los sentimientos cobran vida en los personajes de nuestras historias. Echad un vistazo y juzgad como os parezca. Ante todo, buscamos un diálogo con nuestros lectores, que compartan sus opiniones, que sugieran temas sobre los que escribir y que, si encuentran inspiración se animen también a escribir. Porque no hay nada más bonito que poder expresar tus emociones y que otros compartan los suyos contigo. Así que adelante, tiraos a la piscina.

29/7/14

Frente a la ventana.

Un cielo precioso. Manchado de tonos rosados, turquesas y borgoñas. Tan delicioso como nubes de gominola recubiertas de chocolate. Las de tormenta, a su izquierda, oscuras y tristes; a su derecha, ese universo infinito de felicidad;  y al final, los resquicios de un sol perezoso que ya dormita. La luz desciende a cada minuto, las farolas alumbran las aceras y allá, desde su ventana, observa el sentido de los árboles mecidos por el viento helador que le obliga a llevar una manta sobre los hombros. La gente pasa ante sus ojos, pero no los mira; está atenta al recorrido celestial, como intentando descubrir algo imposible.
Un papel escrito sin tachones, no es un papel; y el suyo tiene muchos. No dice nada, pero lo escucha todo; puede que nadie lo haga tan bien. Ya es de noche, pero lo conoce todo y no necesita más tiempo. No hay ninguna luz que encienda sus ojos de gata, ni sonido que la embriague. La inmensidad le invade, completa hasta el estómago, haciéndole tomar una bocanada entrecortada de aire. Falta una cosa: la esfera que la hace enloquecer dos veces al mes. No está, hoy no. Y la echa de menos a pesar de todo.
Si Antoine de Saint-Exupéry estuviese aquí se corroboraría en lo de que lo esencial es invisible a los ojos. Como se suele decir: la procesión va por dentro; y unas hormigas que no se detienen, van y vuelven como llamadas por un impulso mayor. No hay camino que recorrería tantas veces como el de las pecas que le llevan hasta tu boca. Aunque alguna, perdida, se desvíe en otra dirección que se ha aprendido ya de memoria. Nunca nadie sabrá cuanto deseó esa noche ver la luna reflejada en sus ojos frente a ese cristal; ni la fuerza con la que clavó las uñas contra las sábanas de aquel destartalado colchón. Mosquitos que le dejarían tantas marcas en la piel como lo hacías tú, pero que siempre conseguiste superar. Mordiscos de manera inadvertida y sigilosa, en el fondo dolorosa. Y aquellos 4 relojes con el tic-tac al unísono.

28/7/14

Reseña: MAESTRO CANTOR

Título: Maestro Cantor
Autor: Orson Scott Card
Editorial: ZETA BOLSILLO
Páginas: 416

Hace unos meses me sumergí por primera vez en los libros de Orson Scott Card. Devoré con ansia "El juego de Ender" y "La voz de los muertos", su continuación, casi sin interrupción. Quedé tan  sorprendido, para bien, que pensé que si leía cualquier otro libro suyo me decepcionaría muchísimo. Me equivoqué. Es el tercer libro que me he leído de este autor y como los anteriores me ha encantado.
Lo que más me atrae de este autor es la enorme profundidad de sus historias, los hechos parecen pasar a un segundo plano mientras que las emociones y pensamientos dominan toda la obra. Podría decirse que sus novelas no son de "acción" sino de "reflexión". No quiero que me malinterpreteis. Para nada es una lectura lenta y aburrida. De hecho, hay escenas que os aseguro os quitaran el hipo. Sin embargo, desde la primera página se nos presenta el mundo interior de cada uno de los personajes, sus temores, deseos, aspiraciones... exhaustivamente descritos. Consigue zambullirnos de lleno en la historia y nos permite ponernos en el lugar del protagonista con mucha facilidad.
  Sinopsis

A la Casa del Canto han llegado nuevos estudiantes. Entre ellos se encuentra Ansset, un niño que ha demostrado prometedores dones para la música y que pronto se convertirá en la voz más hermosa del lugar aunque también en la más envidiada. Sus maestros se convencen de que llegará lejos. Sin duda se convertirá en un "pájaro cantor", el rango más alto entre los cantores. Pero no será lo único a lo que aspire. Lo elegirán para que sea el pájaro cantor de Mikal, el emperador de toda la galaxia, el cual acudió años atrás en busca de los preciados cánticos de uno de estos jóvenes. Lo que no esperaban es que el supuesto don con el que había sido bendecido el niño acabaría convirtiéndose en una maldición que no traería consigo más que dolor y sufrimiento al talentoso muchacho.

Opinión Personal

Un elemento distintivo en muchas de sus novelas es que siempre aparece como protagonista un niño prodigio, una persona destinada a hacer grandes cosas. Al menos es así tanto en la saga de El Juego de Ender como en Maestro Cantor. Apenas han cumplido los trece años y ya son mundialmente conocidos. Que digo mundialmente, en toda la Galaxia!! Y es que ambas historias acontecen en un futuro donde la humanidad ha colonizado numerosos planetas además de la Tierra. Lejos de parecer repetitivo Orson nos asombra con multitud de ideas brillantes y originales, sin perder el realismo que todos los autores de ciencia ficción temen perder. Algo que no suelo encontrar en muchos libros es que el tiempo narrativo es extensísimo, abarca desde el nacimiento del niño hasta su muerte... que únicamente diré que ocurre cuando es anciano. Como consecuencia hay muchos saltos temporales aunque no por ello perdemos el hilo de la historia.
La vida de Ansset, el protagonista, está marcada por la tragedia. Os encontrareis a menudo con hechos impactantes, sucesos que os harán reflexionar sobre algunos temas o que incluso os harán pensar que el jodido autor se ha ensañado con el pobre chaval. Y es que Ansset se deja querer, con su maravilloso canto, su hermoso rostro y su enorme generosidad... No quiero hablar más para no desvelaros nada de importancia pero aún me gustaría añadir una cosa más. Mientras buscaba información sobre el autor por Internet descubrí algunas cosas que me llamaron muchísimo la atención... para mal. Al parecer es practicante de la religión mormona y no es que tenga nada en contra pero esto le ha llevado a adoptar algunas ideas muy "tradicionales" como la homofobia y el racismo. Aún trato de entender como es posible que alguien con esa mentalidad pueda escribir libros como este. Sinceramente no puedo creerlo. Porque precisamente en este libro aparecen personajes homosexuales. Y no sólo eso, también escenas homoeróticas que no se describen como una perversión sino que están defendidas por los protagonistas. Respecto a los aspectos racistas nada más comenzar el libro hace alusión a que en la Casa del canto no discriminan a los niños por su color de piel ni sus orígenes, que eso carece totalmente de importancia para ellos. De ahí que me extrañe tanto cuando oigo que muchas de sus declaraciones están cargadas de una fuerte homofobia.

En conclusión, un libro totalmente recomendable, de lectura ágil y giros narrativos espectaculares, que te invita a reflexionar sobre algunas cuestiones y te dejará con ganas de más.

Calificación:

21/7/14

La madriguera del Conejo Blanco III

Tercer capítulo

 Atravesé las puertas del comedor con mi tutor por delante. Era un espacio bastante grande situado en la tercera planta. Una de las paredes era únicamente de cristal y desde allí podía verse gran parte de la ciudad. Había mesas rectangulares, cuadradas y redondas repartidas por toda la sala. En la pared contraria al ventanal había fila para rellenar las pipetas y al lado varias máquinas expendedoras con bebidas de todas clases. Al final del todo alcanzaba a ver lo que parecía un rincón de juego con actividades de entretenimiento, una mesa de póquer, varias maquinas de videojuegos y otras de baile.
  • A las doce en el despacho.- me dijo Arthur momentos antes de volverse y marcharse. Eché un vistazo a las mesas ocupadas y en una de ellas encontré a Paul, sentado con otros chicos de su edad. Cuando me vio me sonrío y se giró para decirle algo a sus amigos. Uno de ellos le dio una palmadita en el hombro y todos se echaron a reír. Finalmente se levantó y vino hacía mí.
  • Hola Liam ¿Te acompaño a rellenar las pipetas?
  • Claro. Gracias.
  • De nada.- dijo y nos colocamos en la fila.
  • ¿Que tal con tu tutor? Tiene fama de viejo gruñón.
  • Y no sin razón. No se, es algo estricto pero me cae bien.
  • Me alegro. Lo cierto es que no hablan muy bien de él pero hay que reconocer que es de los que mayor porcentaje de éxito tiene con sus terapias.
  • ¿Qué dicen de él?
  • Bueno, es... un forlasita.-Lo suponía, no me sorprendió en absoluto.
  • Aam...- Temía la dirección que había tomado la conversación. ¿Cómo se supone que debía actuar?¿Fingir ser lo que no soy y hablar del tema como si no fuera conmigo?.-No tengo nada en contra de ellos. Realmente no creo que supongan ningún peligro.
  • ¿En serio? No se. En el colegio conocí a uno. Estaba siempre alterado y nervioso.- No, estaba claro que no podía quedarme callado.
  • Estas estudiando psicología y sabes que los niños son muy influenciables. ¿Crees que sería muy difícil convencer a cualquiera de que realmente tiene un problema? Se lo creerá y empezará a actuar en consecuencia. Si a eso le añades que todos a su alrededor lo temen, evitan e ignoran... que incluso sus padres comienzan a tratarlo de diferente manera, avergonzándose de su propio hijo. Me parece una respuesta totalmente normal.- intenté mantener un tono neutral, sin elevar la voz. Cuando terminé me encogí de hombros y aparté la vista.
  • Es posible... ¿He tocado un tema sensible?- Suspiré. Debía mentir.
  • Tuve un amigo... Nuestros padres se conocían así que nos veíamos a menudo. En su casa. En la nuestra. Éramos practicamente inseparables. Hasta que cumplimos los seis años. Las pruebas determinaron que era forlasita y eso lo cambió todo. Mis padres aparentaron que no les importaba pero no era cierto y cada vez nos fuimos viendo menos. Hasta que simplemente dejamos de saber el uno del otro.
  • Vaya, lo siento.
  • Pasó hace mucho. Apenas me acuerdo pero simplemente me cuesta aceptar que verdaderamente sea un problema. Son diferentes, eso es todo.
  • Nos toca.- tenía razón, era nuestro turno. Coloqué el estuche en la ranura y pasé el brazalete por el detector. En un minuto se llenaron al completo.
  • ¿Tú ya has comido?
  • Si pero acompáñame. Vamos a coger un refresco.- Andamos unos pasos hasta las maquinas expendedoras. Paul marcó el número de la bebida que quería y esta cayó a la parte de abajo de dónde la recogió.- ¿Todavía no has visto la zona de entretenimiento no?- negué con la cabeza.- Pues ¿A qué estamos esperando?

Paul era un excelente jugador. Nos enfrentamos en batallas intergalácticas, peleamos en un rin y todas las veces que jugué contra él perdí. Estaba perdiendo las ganas de jugar cuando me fijé en la zona de baile. Había dos paneles en el suelo y una pantalla enfrente de cada uno. Paul se dio cuenta de hacía donde miraba y empezó a dar marcha atrás mientras negaba con la cabeza.

  • No no no. Yo no bailo.
  • Venga, todo este rato has estado eligiendo tu. Me toca a mi.
  • Pero...
  • Nada de peros. Vamos.- Y lo empujé por la espalda hasta los paneles.
  • Nunca he jugado a esto.
  • Pues ya estamos en las mismas condiciones. Ya era hora de que tuvieramos una competición justa.- Al estar los dos sobre los paneles, las pantallas se encendieron y tras ajustar el juego a nuestro gusto empezamos a bailar. Bueno, no estoy seguro de que lo que hicimos se pudiese considerar baile pero movimos brazos, piernas y caderas tratando de imitar al personaje que salía en pantalla. Acabamos exhaustos y con un claro vencedor.
  • Quiero la revancha.- dijo entre jadeos.
  • ¿Has visto las puntuaciones? Ni aunque recibieras clases de baile. Está claro que el ritmo no es lo tuyo.
  • Parece que no.-dijo riendo.



Ya en el despacho Arthur tenía otra terapia que duraría una hora así que la ocupé estudiando el perfil de Lily Page como me había dicho. Cuando volvió me lanzó un libro a las piernas y me dijo que empezara a leerlo. Hablaba de la psique humana y de sus alteraciones y, muy de mala gana, obedecí. A las dos me marché a casa ya cansado de las emociones del día y no volví a salir hasta bien entrada la tarde.

  • Mamá, me llevo a Andrei al parque- Grité desde la entrada de casa a la vez que con una mano en la espalda del pequeño le animaba a continuar hacía la puerta.
  • Vale, no volváis tarde- respondió desde su habitación.

No tardamos mucho más de cinco minutos en llegar andando. Andrei me cogía de la mano derecha a la vez que sujetaba un balón con la que tenía libre. Sonreía. Le encantaba ir al parque y a mi me encantaba verlo feliz.

  • ¿Quieres que te guarde el balón?
  • No, puedo yo.
  • De acuerdo. ¿Qué tal ha ido el primer día de clase? ¿Has hecho muchos amigos?
  • Si, he hecho 20 amigos.
  • ¿Tantos? Vaya, eso está muy bien.- Me preguntaba cómo era posible que supiera la cifra exacta cuando aún se liaba a veces al recitar los números hasta el 30.-¿Y qué habéis hecho hoy en clase?
  • Mmm... la profesora me ha enseñado cual es mi pupitre. Nos hemos sentado todos y hemos dicho el numero que nos tocaba por el sitio. La profesora 1. Edwar 2. Yo 3. Ben 4... y no me acuerdo de más. Así hemos llegado hasta 22 que le tocaba a Sophia.- Si, eso explicaba lo de los 20 amigos.
  • ¿Te gusta la profesora?
  • Si, mucho. Se parece a la tía Emily. Pero se llama Charlotte. Ha escrito su nombre en la pizarra y luego hemos salido nosotros por orden a escribir el nuestro.
  • ¿Y te has puesto nervioso cuando has salido tú?
  • No. Nada.
  • Que valiente.
  • La profe me ha dicho que lo he he hecho muy bien.
  • Seguro que sí.

Ya habíamos entrado al parque y ahora andábamos por una camino de tierra rodeado de árboles en dirección al parque infantil. Antes incluso de que cruzáramos la valla de colores que separaba el recinto infantil del resto del parque Andrei reconoció a unos chicos que jugaban con un balón.

  • ¡Mira Liam! ¡Son mis amigos del cole! ¿Puedo ir a jugar con ellos? ¿Puedo?- había juntado las manos en señal de súplica y daba saltitos de emoción.
  • Claro. Yo estaré en ese banco de ahí.- Y echó a correr hacía los otros niños. Pude ver como se acercaba a ellos. Primero con timidez en el primer contacto pero en seguida con soltura en cuanto le pasaron el balón. Eché un vistazo al resto del parque. Tanto los columpios como el tobogán estaban ocupados por críos que no llegarían a los siete. Se les reconocía porque a muchos de ellos todavía no les habían implantado el brazalete y los que si tenían lo llevaban todavía vendado. Andrei cumplía los seis la semana que viene y el mismo día de su cumpleaños pasaría por quirófano para implantárselo. También le harían un escáner cerebral y pruebas de ADN para sacar tanto sus particularidades mentales como sus necesidades fisiológicas y así elaborar su dieta ideal. No estaba preocupado por él. No le pasaría lo mismo que a mi. Tenía a Eze. Y eso me tranquilizaba.
    Aparte del grupo donde estaba jugando Andrei los demás niños pasaban el rato "a solas". Una chica sentada en el suelo jugaba a las palmas con el aire. Traté de imaginarme a su hospe jugando con ella, una niña más o menos de su estatura sentada en frente y moviendo las manos al compás de la otra. Otro niño parecía huir de la nada, sorteando árboles y otras personas; de vez en cuando se paraba en seco, se quejaba y pasaba él a perseguir a la nada. Había madres y padres que se sentaban en bancos desocupados para hablar a solas. Una mujer se reía mientras lanzaba miradas al espacio de su derecha como si alguien le hubiera comentado algo muy gracioso. Alguna vez había fingido que hablaba con mi hospe solo por aparentar y no llamar la atención. Pero eso me hacía sentir peor, la realidad de que no estaba hablando verdaderamente con alguien me golpeaba con furia. A los cinco minutos de estar sentado en el banco manipulando mi brazalete, entrando y saliendo de redes sociales donde apenas tenía amigos, encontré una cara conocida conduciendo un carro de bebé. Alcé la mano para llamar su atención.
  • ¡Sarah!- Ella se giró en mi dirección y finalmente me vio. Sonrío y empujó el carro hacia el banco donde me sentaba. Llevaba puesto un pañuelo blanco que le cubría el cuello, un vestido azul claro y unas sandalias también azules. Me levanté para saludarla con dos besos y despúes ambos nos sentamos en el banco.
  • ¿Qué haces aquí?- Como respuesta le señalé donde se encontraba Andrei.
  • Creo que nunca me has presentado a esta preciosidad- dije asomándome al interior del carro.
  • ¡Anda! ¡Es verdad! Pues esta es Alba, la personita a la que más quiero en este mundo... Oh Sylvian, no te ofendas, tu eres diferente, formas parte de mi.- Me miró y puso los ojos en blanco.- Por cierto, esta mañana con los nervios se me pasó preguntarte si habías conseguido entrar en lo que querías. ¿Ha sido así?
  • Si... bueno, no exactamente. Me admitieron para estudiar psicología, lo que no me esperaba es que me destinaran a la prisión psiquiátrica- Sarah abrió los ojos como platos y se llevó la mano a la boca.
  • ¿En serio? Vaya, y... ¿Cómo es?
  • Apenas he visto las instalaciones por dentro. Tan solo el despacho de mi tutor y el comedor.
  • Que raro, mi primer día no ha consistido en otra cosa. Nos han enseñado todas las plantas y sus funciones.
  • Y ¿Qué tal?
  • Es todo muy emocionante. Mi tutora es pediatra lo que es estupendo porque me encantan los niños. ¿En qué consiste el trabajo de tu tutor?
  • Elabora y pone en práctica terapias para internos y reclusos. Tiene a su cargo a cinco personas a las que trata personalmente, pero todavía no lo he acompañado en ninguna sesión. ¿Te has encontrado con algún rostro conocido en el hospital?
  • ¡Si! A Troy Wilson y a Amelia Prior además de otros de años anteriores que no se si conocerás. ¿tu?
  • Nadie. Soy el único de este año.
  • Que mala suerte.
  • Si, suerte...- Sarah sabía lo que quería decir y me miró con compasión.
  • Verás como te acabará gustando. Parece un trabajo excitante, trabajarás con criminales.
  • Y con locos, con muchos locos.

Estuvimos hablando un buen rato. No volví a sacar el tema de su familia. Si alguna vez quisiera hablar de ello conmigo la escucharía y haría lo posible por ayudarla pero hasta entonces no la forzaría. No sin saber como arreglar las cosas. Me sentía muy cómodo a su lado.Tenía la sensación de que le podía confiar todo. Aunque había algo que me inquietaba cada vez que hablaba con ella. Una pequeña parte de mi temía a Sylvian, su hospe. Nunca llegaría a conocerla y sin embargo ahí estaría, siempre observando a través de los ojos de Sarah. La idea me daba escalofríos. No sabía si algún día llegaría a entender como es tener a alguien dentro de la cabeza. Cerca de las ocho nos despedimos y volví con Andrei a casa donde encendí el televisor y asistí a mi segunda clase.

Los días siguientes transcurrieron sin sobresaltos. Arthur no me permitió acompañarle a ninguna terapia pero me enseñó a elaborar las más sencillas a partir de los casos más comunes entre los reclusos e internos. A final de semana me dejó hacerlas a mi solo y cuando terminaba se las enseñaba y me las corregía señalándome los errores. Resultó ser un buen profesor a pesar de nuestras riñas. Seguí estudiando el historial de Lily Page y a mitad de semana comencé con los registros y anotaciones de Arthur. Eso me iba a llevar al menos una semana pues incorporaba además las grabaciones de todas las sesiones. Cada vez anhelaba más acompañarlo, sentía que podía ayudar a esas personas. Quería participar, si era posible, en su reinserción.
En algunos tiempos muertos que no tenía nada que hacer aproveché para leer Alicia en el pais de las maravillas, libro que conforme lo leía me iba gustando cada vez más. La hora de descanso la pasaba siempre con Paul. No sabía por qué prefería mi compañía a la de sus amigos pero no me importó en absoluto. Charlábamos y reíamos de casi cualquier cosa. El viernes me pidió que abriera la aplicación de los planos en mi brazalete y así lo hice. Después me agarró de la muñeca e introdujo una serie de números. "Así sabrás siempre dónde encontrarme" me dijo. Y a partir de ese momento en los mapas también me aparecía un punto azul, Paul. Yo introduje también mi número identificativo en su dispositivo y con eso quedó implícito nuestro acuerdo de amistad. También me nombró ese día que se celebraba una fiesta en un claro del bosque y me preguntó que si quería ir. Yo le respondí que si, nunca había asistido a una y me apetecía mucho.
Por el momento decidí ocultarle a Paul que era un forlasita. Eso podría estropearlo todo y por primera vez en mucho tiempo creía que las cosas me iban bien.

Las hojas secas crujían bajo nuestros pies, el viento mecía las ramas de los árboles y de vez en cuando, si se prestaba atención, se oía el suave ulular de los búhos, la melodía de los grillos e incluso la rápida escalada de alguna ardilla sobre un tronco. Después de casi media hora andando y sólo escuchando los sonidos del bosque a media noche, la débil música que comenzó a llegar a nuestros oídos casi parecía irreal.

  • ¿La oyes?- Me preguntó Paul que se había detenido un momento a escuchar. Asentí con la cabeza. Sin duda era música. Una sonrisa le cruzó el rostro y con un rápido gesto de la mano me indicó que le siguiera- Vamos, ya estamos cerca- Y echó a andar, ahora con más apremio que antes.
  • Tengo que reconocer que creía que nos habías perdido.
  • Te dije que sabría llegar. Tienes que confiar más en mi.
  • Si yo confío. Pero juraría que hemos pasado dos veces por el mismo árbol.
La música iba subiendo de intensidad y a unos cien metros empezamos a distinguir la luz de las hogueras. Algo cayó sobre las hojas a unos pocos pasos de nosotros y ambos dimos un brinco. Entre los árboles vimos dos siluetas abrazadas en el suelo y besándose. Nos miramos y sonreímos y llevándome el dedo índice a los labios en señal de silencio le dí un pequeño empujón y nos marchamos procurando no hacer ruido. Cuando estuvimos lo suficientemente lejos para hablar sin que nos oyeran dije:

  • Parece que han empezado la fiesta sin nosotros.
  • Y que lo digas.
En cuestión de segundos llegamos al claro donde se celebraba la fiesta. Había alrededor de cincuenta personas repartidas entre sofás destartalados y bidones metálicos con leña ardiendo en su interior. Habían colocado una improvisada tarima en el centro con tablas de madera y sobre ella un par de chicas bailaban al ritmo de la música. Desde uno de los sofás un chico rubio de pelo largo reconoció a Paul y nos saludó.
  • Paul, hacía tiempo que no venías por aquí. ¿Quién es tu nuevo amigo?
  • Este es Liam, es nuevo en el psiquiátrico.
  • ¿No me digas!- Pasó a mirarme a mí visiblemente sorprendido- Pues te daré un consejo Liam. Encierra a este lunático en cuanto tengas oportunidad, Dios sabe que está más loco que cualquiera de nosotros.
  • Cállate Quiran- gruño Paul. Pero el chico rubio no parecía tener intención de callar.
  • ¿No se lo has contado?- Abrió los ojos como platos y recostándose sobre el sofá mirando al cielo empezó a reírse a carcajadas. Creo que iba con un par de copas de más. Se irguió de nuevo y me miró- Paul es toda una leyenda. En uno de sus brotes psicóticos...
  • No fue ningún brote psicótico.- le cortó Paul claramente molesto.
  • Pues en una de sus neuras...
  • Tampoco, no fue nada de eso.
  • ¡Paul! Deja de interrumpir, la historia la estoy contando yo- Paul levantó los brazos en señal de rendición, se dio la vuelta y se marchó confundiéndose en la multitud.- Así me gusta. Como iba diciendo algo debió de perturbar la paz de nuestro héroe porque un día de madrugada se marchó de la ciudad.
  • Eso no es posible.- dije. No tenemos permitido salir y entrar de la ciudad sin un permiso especial. Debía de estar tomándome el pelo.
  • Él lo hizo posible.- dijo muy serio lo que me hizo pensar que tal vez estuviera hablando en serio.- Nadie sabe cómo logró evadir la seguridad y salir sin autorización, ni que le hizo cometer tal estupidez. Al cabo de 24 horas de denunciar su desaparición se presentó como si nada a las puertas de Terlasca.- Paró para darle un trago a la botella de alcohol que sujetaba con la mano derecha. Se limpió con la manga de la izquierda y continuó hablando.- Hay que tenerlos bien puestos para hacer lo que hizo y lo respeto por ello. Pero el asunto mosquea bastante ¿verdad?


Después de la asombrosa revelación de Quiran la conversación perdió todo mi interés. Al parecer Paul y él eran viejos compañeros de escuela, habían vivido mucho juntos pero desde que ocurrió lo mencionado antes se distanciaron. Quiran no llegó a perdonarle que no confiara en él para contarle lo que sucedió. Ya me había despedido de él y en ese momento buscaba a Paul con la mirada. No lo encontraba por ningún lado.

  • Hola.- dijo una voz a mi derecha. Era una chica más bien bajita, de pelo oscuro y ondulado y de piel clara como la nieve.
  • Hola.- le respondí.
  • Me llamo Susanna. No vienes mucho por aquí ¿no?
  • Yo me llamo Liam y no, ¿Se me nota mucho?
  • Bueno, pareces algo perdido.
  • Estaba buscando a alguien.- Eché un último vistazo al claro pero no había ni rastro de Paul- Pero puede esperar.- Le dije con una sonrisa. Ella sonrió a su vez y comenzamos a charlar. Era un chica muy interesante, lista y divertida. Estaba en su segundo año como estudiante de derecho y me contó que entre sus aspiraciones estaba la de ser juez. Según me dijo en la carrera de derecho todos pasaban a ser ayudantes de abogados y en el tercer año si lo solicitabas te hacían un examen y si eras de los que mejores notas había sacado te asignaban un nuevo tutor, esta vez juez, para finalmente acabar siendo uno. Tenía un mechón de pelo que mientras hablaba acababa siempre sobre su ojo y lo apartaba colocándolo detrás de su oreja en un gesto inútil pero sencillamente hermoso. Seguía ensimismado con su rostro cuando, para mi consternación, había dejado de escucharla y ahora estaba callada, esperando una respuesta. Pero ¿Cuál era la pregunta? Ya iba a poner cualquier excusa estúpida cuando en los altavoces empezó a sonar una canción lenta. Ella también se dio cuenta y me miró sonrojada.
  • ¿Quieres bailar?- le pregunté ofreciéndole la mano. Ella la aceptó y la guié hasta el centro del claro donde se habían colocado otras parejas. Coloqué su mano sobre mi hombro, le cogí por la cintura y comenzamos a bailar. Entrelazó sus manos detrás de mi cuello y fuimos estrechando las distancias conforme se acercaba el final de la canción. Me incliné hacia ella dispuesto a besarla y cuando apenas quedaban unos centímetros oímos un carraspeo a nuestro lado. Nos giramos y nos encontramos con la mirada ¿reprochadora? de Paul.
  • Siento interrumpir. Liam, tengo que enseñarte algo.
  • ¿Ahora?- exclamé atónito.
  • Si, ahora.- dijo muy serio. ¿Que mosca le había picado? Suspiré y me giré hacia Susanna.
  • Tengo que irme. ¿Nos vemos luego?
  • Claro.- respondió también disgustada.
Me separé de ella y seguí a Paul que ya se había dado media vuelta.
  • ¿Se puede saber que te pasa?- le pregunté cuando lo alcancé.
  • ¿A que venía eso?- me preguntó sin mirarme.
  • ¿A que te refieres?
  • Nada, no importa.- Dijo mirando al suelo. Decidí no seguir insistiendo.
  • ¿Dónde vamos?
  • En seguida lo verás.
Llegamos hasta el linde del claro e incluso sorteamos algunos árboles hasta llegar a otra zona de sofás y bidones ardiendo. Estaba claro que algo raro pasaba allí con tan solo mirar a la gente que había tirada en los sofás e incluso en el suelo. Algunos parecían dormidos mientras balbuceaban cosas inteligibles y otros, aunque despiertos, parecían ausentes. Fuimos directamente hacía una chica con el pelo corto y teñido de rosa. Nos estaba esperando.

  • Esta es Priscilla.
  • ¿Cuántas quieres?- le preguntó ella, directa al grano.
  • Dame dos.- Priscilla sacó una pequeña caja. La abrió y sacó de ella dos pastillas que dejó sobre la mano extendida de Paul. No podía creerlo. Me giré muy enfadado hacía él.
  • ¿En serio?¿Me has traído aquí para que me drogue?
  • No lo entiendes, esto es diferente...- El gemido de un joven que estaba sentado junto a Priscilla lo interrumpió. Estaba dormido pero había empezado a moverse y a murmurar.
  • ¿Qué le pasa?- dije mirando al chico.
  • Se ha reencontrado con su Hospe.- respondió la chica.
  • ¿Y que coño significa eso?- Esta vez fue Paul quién respondió.
  • A esto lo llamamos éter- empezó enseñándome las pastillas- y te sume en una especie de trance en el que tú y tu hospe os encontráis en el mimo plano. Es difícil de explicar pero es como si por unos momentos lo tuvieras junto a ti realmente, podéis tocaros, sentiros el uno al otro...- El joven que estaba en "trance" volvió a interrumpir con otro gemido. Esta vez pudimos ver como su respiración se aceleraba y agarraba con fuerza la tela del sofá. Podría haber pensado que soñaba con cualquier otra cosa sino fuera porque su pantalón empezaba a dar de sí. No podía ser cierto...
  • ¡Oh, venga ya! ¿Se lo está follando?
  • Cada uno vive su relación con su hospe libremente- dijo Priscilla.
  • Ya he tenido suficiente.- dije dándome media vuelta para volver al claro. Paul me alcanzó y me detuvo sujetándome del brazo. Me libré de él con un estirón y dí un par de pasos hacía atrás para poner distancia entre nosotros.
  • De acuerdo, perdóname. No debería haberte enseñado esto.- No respondí, solo me quedé mirándolo furioso.- Lo he entendido ¿Vale? Nada de drogas. Por favor...- Le miré a los ojos. Parecía verdaderamente arrepentido.
  • Vale- Opté por decir finalmente.- Volvamos a la fiesta.
Tardamos un rato en volver a la normalidad pero en cuento logramos olvidarnos del tema empezó la verdadera diversión. Cogimos dos vasos de plástico de una mesa que había a un lado del claro. Y los rellenamos de alcohol una vez. Y otra. Y otra más. Bailamos hasta caer rendidos. En realidad, no recuerdo cuando paramos, tan solo cuerpos en moviento, música, la tarima, luces brillantes, Paul, una chica.... Y sin saber cómo, aparecimos sentados en un tronco del bosque, solos y, por la música, bastante lejos del claro. Paul me estaba hablando pero no lograba prestarle atención.

  • Lo siento, lo siento, no se que me pasa... bueno, en realidad si pero... Liam, ¿estás bien?
  • Si, creo que sí. Solo estoy un poco mareado- dije sin mucho convencimiento. Me sentía raro.
  • Lo que quería decirte es que...- le miré. Su ojos brillaban. No, no eran sus ojos, era toda su cara. Brillaba con una luz blanca como la de la luna. Una luz muy bonita. Era muy extraño. Cerré los ojos para comprobar si podía ver el brillo a través de los párpados. Y así era. Sonreí y los volví a abrir. Pero el rostro que tenía delante ya no era el de Paul sino el de Sarah. Estaba preciosa. La marca de su cuello había desaparecido y llevaba puesto un vestido de encaje blanco. Tenía el pelo rubio suelto y se movía con el viento reflejando haces de luz como si fuera oro. Sus ojos azules me eclipsaron y cuando se inclinó para besarme le correspondí con pasión. Como si cada beso fuera el último. Enterré mi mano en su cabello pero incluso esa distancia se me antojaba demasiado grande. Me arrodillé en el suelo y le cogí de la cintura atrayéndola hacía mí. Despacio, la tumbé en el suelo mullido por las hojas y me coloqué sobre ella mientras nos besábamos con fulgor. Con una fuerza que no creía que pudiera tener me empujó a un lado y pasó a estar sobre mí, apoyando todo su peso sobre mi cuerpo, que resultó ser mayor de lo esperado. Dejó de besarme en los labios para hacer lo mismo en mi cuello. Tan solo podía oír nuestras respiraciones agitadas, mi corazón desbocado y... como se desabrochaba el cinturón ¿El cinturón? Abrí los ojos justo cuando llevó su mano a mi entrepierna y comenzó a desabrocharme los botones del pantalón. De inmediato lo aparté de un empujón. ¿Qué me estaba ocurriendo? Intenté ponerme de pie pero por poco caigo de nuevo al suelo. Me apoyé en un árbol cercano para recuperar la estabilidad.
  • ¿Liam? ¿Qué haces?

Paul se estaba levantando y me miraba sorprendido y preocupado. Yo estaba totalmente confuso y desorientado. Dio un paso en mi dirección y retrocedí asustado y jadeando con tan mala suerte que tropecé con una raíz de árbol y caí al suelo de espaldas. Paul se agachó a mi lado y me tocó el hombro. Lo aparté de un manotazo y tras incorporarme lo más rápido que pude eché a correr. Lo único que podía pensar es en huir, escapar de ese lugar. Las ramas de los árboles me arañaban la piel pero no me detuve. Sorteé árboles, salté troncos pero a los pocos segundos me paré en seco. Una silueta negra salió del bosque a mi encuentro. No caminaba. Se deslizaba sobre el suelo. Como si no tuviera cuerpo, como si fuera humo. Estaba paralizado por el miedo y mientras veía cómo se aproximaba. Cada vez más cerca. La sombra me engulló y la oscuridad me rodeó por completo. Alguien gritó mi nombre pero ya era tarde. Todo se había vuelto negro.


Fin del tercer capítulo

19/7/14

La madriguera del Conejo Blanco II

Segundo capitulo

Di un par de pasos temerosos hacia la puerta doble de hierro. En su oscura superficie sobresalían pequeños pinchos situados a la misma distancia los unos de los otros. Fui a tocar uno de ellos cuando un sonido me sobresaltó. Me giré hacia el lugar del que provenía el ruido y encontré una cámara orientada en mi dirección. Tenía una lucecita roja que se encendía intermitentemente. Entonces escuché una voz de mujer.
"Identifícate"
Me quedé en blanco por unos instantes. Jamás me habían pedido que me identificara. Para eso estaban los brazaletes ¿No?
"Identificate"
-Em si, perdón. Soy Liam Ryan y hoy es mi primer día como estudiante- No obtuve respuesta. En su lugar, una puerta de altura normal situada sobre la de mayor tamaño se entreabrió con un chasquido. Me acerqué a ella y la empujé con cuidado. Al otro lado estaba demasiado oscuro para poder apreciar nada. Suspiré. No había vuelta atrás. Solo podía mirar hacia delante. Y entré.
Mis ojos se fueron acostumbrando a la diferencia de luz. La estancia era enorme y las paredes de mismo material que el muro exterior. A un lado había un par de camiones y en uno de ellos había al menos cuatro personas descargando cajas de madera. A mi derecha, en la parte más cercana a mi había lo que parecía una oficina de recepción con una cristalera que daba a la sala tras la cual había una mujer acompañada por un par de hombres. Uno de ellos parecía contener la risa y otro me miraba sonriendo. Suponía que esa era la mujer de antes, lo que no entendía era qué les parecía tan gracioso. A unos metros vi a un joven que se acercaba, puede que dos años mayor que yo. Se paró junto a mi y me tendió la mano.
  • Soy Paul Evans. Un gusto conocerte.
  • Yo soy...
  • Ya se quien eres. Liam Ryan, el nuevo.
  • ¿No han llegado más estudiantes?
  • No, eres el único de tu promoción.
  • Estupendo, que afortunado soy
  • Tranquilo, te acostumbraras. No es tan malo como parece. Vamos, te llevaré con tu tutor- me dio la espalda y empezó a andar. Le seguí y con un par de pasos apresurados me coloqué a su lado. En el otro extremo se veía una puerta doble exactamente igual que la primera. De camino hacia allí pasamos junto a la oficina. Los tres se reían mientras comentaban algo y nos miraban.
  • ¿De que van?- Paul se giró hacia donde señalaba para ver a que me refería.
  • Ah, te han dejado ahí fuera esperando y después te han pedido que te identificaras ¿no?- Asentí con la cabeza.- Pasa de ellos. Se lo hacen a todos los nuevos que llegan, para desorientarlos. Por si fuera poco llegar y encontrarte con que todo tu futuro está dentro de estos muros. Es su pequeña broma personal. Es la forma que tenemos aquí de proceder en un encuentro con un recluso. De modo que al decirte "identifícate" te están equiparando a cualquiera de los que están aquí presos- Estaba muy serio.
  • ¿ A ti no te hace gracia?
  • Puede que la primera vez. Pero es el mismo chiste de siempre. Pierde su gracia después de repetirlo tantas veces.
Al llegar a la puerta le hizo una seña a un hombre a su derecha también en una oficina pero más pequeña que la anterior. Este apretó un botón y la puerta se abrió. Al salir de nuevo al exterior la luz me cegó momentáneamente. Avancé un poco con los brazos tapándome el rostro y arrastrando los pies por la tierra. Finalmente me descubrí y me quedé sin aliento. No se parecía a nada que hubiera visto hasta entonces. El edificio era imponente y se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
  • El edificio consta de tres pisos y un sótano- empezó a explicar- Se divide en tres partes. La zona central que es donde residen los presos masculinos menos problemáticos y que posee su propio patio interior. El ala este que es donde se encuentran las reclusas también menos problemáticas y su correspondiente patio. Y por último el ala oeste o "noveno infierno"- paró en su explicación y me miró. Este chico sabía crear suspense- Es decir, el infierno helado. Por aquello de que las cuatro paredes blancas que encierran a esos infelices se asemejan al hielo y por supuesto, porque es su castigo por los delitos que han cometido.
  • Muy poético. ¿Quién le puso ese nombre?
  • Yo.- Le miré extrañado- Y si consiguieras extender el nombre te estaría eternamente agradecido- Seguí mirándole por unos instantes y empecé a reirme. Él también se rió.
  • Gracias- le dije cuando finalmente nos quedamos en silencio.
  • ¿Por qué?
  • Por hacerme olvidar al menos un momento dónde estoy- Me dedicó una sonrisa triste y miró al frente.
  • ¿Sabes que tenemos que entrar no?
  • Temía que dijeras eso.
  • Sígueme.

Después de un rato de girar a la izquierda, a la derecha y de subir escaleras supe que me había perdido en ese entramado de pasillos y habitaciones. Afortunadamente tenía un guía a unos pasos por delante de mí. Paul Evans. Alto, de pelo oscuro y ojos verdes, anchas espaldas y cuerpo atlético. Me había caído bien desde el primer momento y esperaba que yo también a él. Necesitaba a alguien que me prestase ayuda aquí dentro. Se movía sin dificultad por aquel lugar, como si se supiese de memoria todos los planos del edificio.
  • ¿Cómo podré orientarme aquí? ¿Vendrás a recogerme todos los días?- se giró sin parar de hablar y me regaló una de sus enigmáticas sonrisas.
  • Por desgracia no, novato. Mira tu brazalete- Lo miré y toqué la pantalla para encenderlo. El empezó a manipular el suyo y en dos segundos tuve ante mí un mapa tridimensional del edificio- Esto te ayudará. ¿Ves el punto verde? Ese es tu tutor, sabrás cómo encontrarle en cualquier momento. El punto rojo somos nosotros. Ya estamos cerca.
Me quedé observando el mapa mientras andábamos. Aparecían los planos de los tres pisos pero nada del sótano.
  • ¿Por qué no me aparece el sótano?
  • Nosotros no podemos bajar al sótano.
  • ¿Qué hay allí?- Se encogió de hombros.
  • No lo sé exactamente. Ahí es dónde llevan a los presos enfermos. Supongo que habrá una especie de enfermería. Basta de charla. Ya hemos llegado.- Nos habíamos parado frente a una puerta de madera oscura.- Este es el despacho de tu tutor. Él está dentro. A partir de ahora el será el que te explique el funcionamiento de este sitio y todo lo que tienes que saber.
  • ¿ Y ya está? ¿Aquí es donde se acaba para mí cualquier contacto con un ser humano que no sea mi tutor?- Empezó a reírse.
  • No seas ridículo. Esa norma solo se aplica a los trabajadores. Entre los estudiantes podemos hablar todo lo que queramos. De hecho nos recomiendan comparar experiencias para así adquirir mayor conocimiento. Lo verás en los vídeos informativos que te proporcionará tu tutor. Bueno, me tengo que ir. A la hora del almuerzo tenemos un descanso. Nos veremos en el comedor- Me volvió a estrechar la mano- De nuevo, un gusto conocerle Liam Ryan.
  • Igualmente- se volvió y se marchó por donde habíamos venido.

Me volví de nuevo hacía la puerta. No sabía lo que me iba a encontrar detrás pero en cuanto dejé de oír los pasos de Paul y me encontré totalmente solo en el pasillo quedarme allí fuera ya no parecía la opción más segura. Golpeé con los nudillos la superficie de la puerta y esperé.
-Adelante.
Giré el pomo y entré. Parecía que había regresado a una época pasada. Tanto el suelo como las paredes eran de madera. Sobre la pared a mi izquierda había una estantería repleta de libros, ya muy escasos en la actualidad y en frente de mi un enorme escritorio de maravilloso acabado. Tan solo desentonaba en ese ambiente arcaico la pantalla sobre el escritorio en la que ahora trabajaba un hombre maduro de unos cincuenta años. Ni siquiera levantó la mirada al verme entrar, seguía enfrascado en su trabajo, deslizando los dedos por la pantalla y escribiendo en un teclado holográfico con la habilidad de alguien que ha pasado toda su vida manejando esos dispositivos. Carraspeé y me aclaré la garganta para llamar su atención con disimulo.
  • Se que estás ahí. Y no estoy ignorándote por placer. Algunos tenemos trabajo que hacer asi que si no te importa déjame terminar esto y espera.- Y eso hice los primeros veinte segundos. Después perdí la paciencia y decidí acercarme a la estantería a ojear los títulos de los libros. La mayoría eran de psicología, al menos el primer estante que examiné. En el siguiente, en cambio, parecían todos obras literarias, novelas y cuentos. Algunos títulos me resultaban conocidos, de otros no había oído hablar en la vida. Hubo uno que me llamó poderosamente la atención por su tamaño y las tapas viejas y descoloridas que tenía. "Alicia en el país de las maravillas", un título totalmente desconocido para mí. Lo cogí y lo abrí por una página al azar. Había una ilustración en blanco y negro en una de las páginas, un conejo blanco corriendo sobre sus dos patas traseras y con un reloj de bolsillo en una de sus delanteras.
  • Alicia en el país de las maravillas, una obra magnífica.- me sobresalté por su repentina intervención y a poco estuve de soltar el libro- ¡Cuidado! Es un libro muy viejo. Trátalo con más respeto.
  • Ha sido culpa suya. Me ha asustado.- Le recriminé.
  • También me debes un respeto a mi, joven.
  • Cierto, porque también es usted muy viejo- susurré.
  • ¿Qué has dicho?
  • Que de qué trata el libro.- Se me quedó mirando pensativo pero, si había oído lo que de verdad había dicho, decidió ignorarlo.
  • Hay diversas interpretaciones y todas ellas igualmente justificables. Trata de lo que le acontece a una niña en un mundo fantástico al que accede por accidente o bien dentro de su propia imaginación, producto de una mente trastocada por la esquizofrenia.
  • ¿Y qué cree usted?
  • Creo que la barrera entre lo real e irreal es más fina de lo que parece a simple vista. Puede llegar incluso a colocarse de forma arbitraria. De modo que lo que la mayoría cree ver es lo que se entiende como real mientras que lo que ve la minoría se considera enfermedad.
Su reflexión se grabó a fuego en mi mente, todavía no era consciente de las implicaciones que aquello conllevaba pero me prometí pensar en ello en cuanto tuviera oportunidad. Con un gesto de la mano me indicó que me sentara. Cerré el libro, lo dejé en la estantería y fui a sentarme en la silla que había frente al escritorio, al otro lado de donde se encontraba el hombre.
  • Veamos lo que puedes ofrecer.- En apenas tres movimientos de mano se desplegó ante nosotros toda una serie de documentos. Alcanzaba a ver mi nombre en todos ellos.
  • ¿Qué es esto?- El corazón comenzó a palpitarme cada vez más deprisa. Pronto se daría cuenta de que era diferente.
  • Toda la información que la red ha ido acumulando sobre ti. Como tu tutor tengo a mi disposición tus calificaciones, desde como puntuaron tu destreza a la hora de colorear en la guardería hasta tu nota de acceso a psicología el mes pasado; tus exámenes de aptitud y de actitud; tus diagnósticos médicos...
  • Pare.
  • ¿Que pare?
  • Si, esto no está bien. No le conozco. No debería poder apretar un botón y al instante conocer todos los detalles de mi vida.
  • No tendría que importarte a no ser que tuvieras algo que ocultar.
Guardé silencio. No servía de nada intentar esconderlo. Lo sabría tarde o temprano. Y entonces, cuando la atmósfera no podía ser más asfixiante empezó a reírse.
  • Chico, ¿Crees que no lo se? No es la primera vez que veo estos documentos. Tenemos el deber de conocer a nuestros pupilos. En cuanto me eligieron para educarte me llegaron.
  • ¿Y no tiene nada que decir?
  • Que voy a decir. No puedo elegir a quien voy a enseñar. Sea como sea, lo cierto es que vamos a pasar años juntos. Mejor llevarnos bien.
  • La gente no suele ser tan tolerante...- Entonces recordé lo que había dicho durante la cena de ayer. Tal vez la única razón de que no le importase es que era como yo.- Yo también tengo derecho a conocer a mi tutor ¿verdad?- El semblante se le ensombreció. Ya no es tan gracioso cuando te lo hacen a ti ¿no?. Sin decir una palabra colocó el dedo índice sobre una carpeta situada en una esquina y al momento, de ella salieron cientos de archivos. Me acerqué para poder leer alguno de ellos pero apretando un botón hizo desaparecer hasta el último.
  • Pero ahora no.- Abrió un cajón, cogió algo y me lo ofreció- Este será tu holovisor a partir de ahora. ¿Ves esa taquilla a tu derecha? Puedes utilizarla para guardar tus cosas. En estos momentos está sin configurar. Lo único que tienes que hacer es pasar el brazalete por delante y el detector te reconocerá y registrará como único autorizado para abrirla.
Tras decir aquello se levantó y se encaminó hacia la puerta.
  • Ahora enciende el holovisor y presta atención a lo que te dirán los vídeos informativos.- Ya había agarrado el pomo de la puerta cuando lo detuve.
  • Espere, ¿Usted dónde va?
  • Tengo terapia con una reclusa.
  • ¿Y no se supone que tengo que acompañarle a donde quiera que vaya?
  • No estás preparado.
  • Pero...
  • Oh! te puedo asegurar que en toda mi vida laboral no me había encontrado con un estudiante tan terco y exasperante como tú. Obedece sin rechistar o las cosas podrían ponerse muy feas para ti. Volveré en una hora y espero que para entonces te sepas de memoria todas las normas del centro.- Y se marchó.
¿Me había amenazado? Sonaba desde luego a una amenaza. No es que no me la mereciera. La verdad es que me había tomado muchas libertades. Supongo que estoy acostumbrado a que haga lo que haga, por muy educado que sea, la forma en la que me van a tratar va ser siempre igual. Inspiré y solté el aire despacio. Ojalá hubiera una forma de empezar de cero, de que nadie supiera cuál era mi condición. Al menos ahora podía ocultárselo a los otros estudiantes. Tal vez podría hacer amigos. Aparté por el momento esos pensamientos. Me acerqué a la mesa, apoyé mi holovisor y después de encenderlo vi uno por uno los vídeos informativos. Me ocupó aproximadamente cuarenta minutos. En ellos me dieron descripciones muy vagas del edificio, los horarios y vida diaria de un preso y de un interno, la diferencia entre los presos del ala central y este con los del ala oeste, los tipos de terapias a las que están sometidos, mis horarios y por último mis derechos y obligaciones así como las prohibiciones. Como me había dicho Paul teníamos un descanso para almorzar a las once que duraba una hora. El tiempo restante lo tenía que pasar con mi tutor o realizando alguna tarea que el me encomendara. A las dos teníamos permiso para irnos a casa. Al final de los vídeos volvieron a recordarme las prohibiciones, las cuales aparecían en una lista con letras mayúsculas.

QUEDA TERMINANTEMENTE PROHIBIDO:
-CUALQUIER CONTACTO CON UN RECLUSO SI NO ES CON AUTORIZACIÓN.
-LLEVAR A CABO ACTIVIDADES SIN EL CONOCIMIENTO DEL TUTOR.
-BAJAR AL SÓTANO SIN UN ACOMPAÑANTE AUTORIZADO.
-OBVIAR LAS INDICACIONES DEL BRAZALETE.

Y por supuesto se ruega:
-No interferir en el trabajo de los empleados.
-No parar a conversar con otros estudiantes fuera del horario de descanso.
-No abandonar el recinto antes de la hora prefijada.
-No alzar la voz.
-No correr.
-No consumir las pipetas en otras estancias aparte del comedor.

Como ya sabía entre mis derechos estaba el de disponer si quisiera de todo el historial de mi tutor pero no aclaraban como debía acceder a esa información. Desde mi asiento observé el escritorio. ¿Se encendería con reconocimiento de voz? No pude aguantar más tiempo sentado. Di la vuelta al escritorio y me senté en la otra silla. Probé en primer lugar con colocar la palma de mi mano sobre la pantalla. Como no sucedía nada dije mi nombre en alto. Tampoco. Palpé los bordes por si hubiera alguna especie de interruptor pero no encontré ninguno. La mayoría de dispositivos electrónicos podían conectarse entre sí e intercambiarse información. Si de verdad tenía permitido la entrada a su perfil no debería suponer ningún problema acceder desde mi holovisor. Solo que para ello ambos aparatos tienen que estar encendidos. Según parecía, no podría hacer nada hasta que volviera. Miré la hora en mi brazalete "9:20" Giré un par de veces en la silla impulsándome con los pies. Cuando paré mi mirada se posó de nuevo sobre la estantería. Pensé en mis opciones, muy escasas, y al final me decanté por leer algo. Me levanté y me coloqué frente a la estantería con todos los libros a la vista. Tal vez lo más aconsejable sería coger uno de psicología, dado que estaba en horario lectivo pero "diablos" ¿Qué tenía ese libro viejo y corroído que me atraía tanto? Me lo llevé a mi asiento y lo deposité sobre la mesa. En la primera carátula rezaba con letras doradas: "Alicia en el país de las maravillas", tapa que pronto dejé atrás para empezar a devorar con ojos ansiosos las páginas que venían detrás.
A las diez menos veinte por fin apareció. Entró más malhumorado si cabe y con los pelos alborotados. Cuando se sentó y pude verlo de frente advertí tres rayas rojas en su mejilla.
  • Esos son...
  • ¿Arañazos? Si, si que lo son. No la he visto venir. De repente se ha lanzado sobre mí para atacarme. Pensaba que estábamos avanzando...
  • ¿No hay medidas de seguridad para ese tipo de situaciones?-
  • Claro que las hay. De normal están esposados a la mesa pero pensé que sentirse más cómoda la ayudaría a abrirse más y nos permitiría avanzar más rápidamente en la terapia. Esto es una puñetera carrera a contrareloj.
  • ¿Qué quiere decir?- había estado mirando al infinito desde que llegó pero en ese momento me miró con preocupación, como si no hubiera querido que oyera eso último.
  • Las terapias únicamente duran un año. A veces incluso dos si consigues un permiso especial. Pero no hablemos de esto. ¿Has visto los vídeos como te he dicho?- se notó que trataba de serenarse y mantener las formas. Estaba seguro que ocultaba algo.
  • Si, aunque explican todo muy por encima y hay cosas que no acabo de entender. Por ejemplo, una cosa que me ha sorprendido es que diferencian entre "presos" e "internos". Hasta ahora creía que aquí solo había personas que habían cometido un crimen y que además sufrían alguna enfermedad mental. Pero parece que también hay gente que a pesar de que no ha hecho nada ha acabado aquí porque es un peligro potencial para los demás. No me aclaro con las terapias que recibe cada uno y el tiempo que están aquí hasta que salen, si es que salen.
  • En primer lugar un preso es lo que has dicho. Ahora bien, se considera que alguien que ha cometido un delito, es decir, que ha atentado contra la seguridad de otro o su bienestar, no está en sus plenas condiciones mentales así que acaba en este lugar. No es necesario que tenga una enfermedad diagnosticada. Y está aquí el tiempo con el que el juez le haya penado y un año antes de que se acabe se somete a terapia para su reinserción en la sociedad tras la cual se valora si es apto o no.
  • ¿Qué le ocurre si no lo consideran apto?
  • No sale.
  • ¿Y los internos?
  • Ellos están en terapia continua desde que entran. Si logramos suprimir ese peligro los reincorporamos a la comunidad.- Nos quedamos un momento en silencio.
  • ¿Se da cuenta de que todavía no se ha presentado? Usted lo sabe todo sobre mí y yo no se ni su nombre.- Sus labios se curvaron levemente hacía arriba.
  • Me llamo Arthur O'Neill. ¿Satisfecho?
  • La verdad es que no. Quiero su ficha.
  • Y yo permiso para irme al Caribe. No podemos tenerlo todo.
  • Sabe que tengo derecho a verlo.
  • Veo que has empezado a leer Alicia en el país de las maravillas.
  • Si, un libro muy bueno. No me cambie de tema.- Suspiró.
  • Está bien. Te lo cargaré esta tarde en tu brazalete. No quiero que te entretengas aquí en leerlo. Ahora quiero saber tus primeras impresiones de este sitio. Después te contaré un poco cual será la dinámica de cada día.
  • ¿Cuándo podré acompañarle a las sesiones?
  • ¿Quieres acabar así?- y se señaló la mejilla izquierda. No contesté. Él encendió la pantalla del escritorio y empezó a manipularla. A los pocos segundos noté un calambre en el brazo- Ese es el historial completo de Lily Page, la amigable mujer con la que acabo de charlar. Cuando lo hayas estudiado al completo y la conozcas mejor que a tu propia madre entonces y solo entonces te permitiré venir conmigo. ¿Entendido?- Asentí.

Fin del segundo capitulo.

9/7/14

La madriguera del Conejo Blanco I

La madrigera del Conejo Blanco


Primer capítulo


En primer lugar, enhorabuena por haber logrado llegar hasta aquí. Sin duda ha sido un camino largo y difícil y esperamos que el esfuerzo haya merecido la pena. Nos enorgullece que jóvenes como tú se hayan decantado finalmente por cursar estos estudios y nos gustaría corresponderte de la mejor manera posible. A lo largo de tus cinco años de formación dispondrás de los mejores profesores y tutores, todos ellos seleccionados por la OMP, plenamente capacitados para enseñar, aconsejar y en definitiva, convertir a los alumnos de hoy en grandes trabajadores del mañana. Auguramos un futuro mejor y más brillante cada día y confiamos en ti para que ayudes aportando tu grano de arena. Buena suerte y felicidades.

"Aquí concluye la grabación en directo de la presidenta de la OMP. A continuación aparecerá en pantalla la persona que le informara de lo que debe hacer. Espere un momento." – Un pitido silenció a la voz mecánica y sin vida procedente del televisor. La pantalla estaba en negro. Suspiré deseando que la espera no se alargara demasiado. Y no lo hizo. Al minuto volvió a encenderse y mi mirada se encontró con la de un hombre sonriente.

-Buenas tardes. Soy Ben Klein y soy el encargado de cumplimentar su ficha y cargarla en la red. En mi holovisor me aparecen todos sus datos pero si no es molestia no estaría de más comprobarla. Por favor, deténgame si escucha algún error. Liam Ryan hijo de Olivia Nolan y Ethan Ryan, hermano de Andrei Ryan. Nacido y residente en la provincia de Terlasca, Iberia. Ha cursado los estudios obligatorios y ha elegido continuarlos con la carrera de Psicología. ¿Todo correcto hasta aquí?
  • Si
  • Muy bien. Ahora sus particularidades mentales.- frunció el ceño y se le borró la sonrisa de la cara. Yo bajé la mirada y tragué saliva. Carraspeó y siguió hablando pero sin la alegría y el ánimo del momento  anterior.- Afinidad por las mujeres y... forlasita pero sin claras evidencias de que pueda suponer un peligro para la sociedad. Apto para una vida normal integrado en la comunidad pero sujeto a estudio y control periódico. Condiciones estables. Nada más destacable.- se hizo un silencio incómodo en el que el hombre no levantó ni un momento la vista del holovisor. Reaccionó y finalmente me miró.- Voy a cargar la información a la red y podrás acceder a ella a través de tu brazalete y utilizarla para identificarte a la hora de acceder a una nueva clase del curso. Como bien sabes solo tienes que pasar el brazo por la superficie negra que hay al lado de la pantalla de tu televisor y la clase se cargará inmediatamente. El horario prefijado es de ocho a diez. Puedes modificarlo si lo solicitas. Supongo que estarás familiarizado con la forma en la que se trabaja aquí. Te asignaré el tutor más adecuado para ti de acuerdo con tu personalidad, aptitudes y particularidades mentales. Lo conocerás mañana y lo acompañaras en su trabajo día a día como su ayudante. Tendrá la obligación de enseñarte los fundamentos básicos de la carrera y te ayudará a aumentar tu experiencia práctica en la que tendrás la oportunidad de probar la teoría aprendida durante las tardes. Mañana a las siete el brazalete te despertará y te dará las siguientes instrucciones. Hoy harás un exhaustivo test de personalidad certificado por la OMP que como he dicho antes ayudará a elegir el tutor más adecuado para ti y proporcionará al mismo información para una mejor educación. La clase de hoy consistirá en una introducción al campo de la psicología y sus aplicaciones. Ahora la pantalla se apagará y dentro de media hora, es decir, a las ocho, podrás pasar el brazalete por la superficie negra y empezar... buena suerte-
Apretó un botón de su holovisor y la comunicación se cortó. Suspiré y me eché hacia atrás apoyando la espalda en el suelo. Pasé unos minutos contemplando el techo. Pensando. Esto no iba a acabar nunca. Da igual lo que hiciera. Tenía en la frente la palabra raro grabada a fuego. "Forlasita". Eso es lo que soy. Un abandonado. Abandonado de la mano de Dios, de la protección de un ángel de la guarda. ¿Por qué yo? ¿Por que me tenía que pasar esto a mi? El correteo de mi hermano de cinco años me apartó de mis cavilaciones. Lanzó una especie de grito de guerra y saltó sobre mi estómago. Me doblé de la impresión y lo miré enfadado.
  • ¿Pero que haces?- Exclamé. Tenía una sonrisa amplia y una mirada inocente. Llevó sus manos a mis axilas y pretendió hacerme cosquillas. Yo me reí y se lo impedí rodeándole con mis brazos. Lo levanté del suelo y lo llevé hasta el sofá- ¿Crees que puedes vencerme en una batalla de cosquillas? ¿Eh pequeñajo? No me llegas ni a la suela del zapato.- Le hice cosquillas sin piedad mientras el se retorcía y se reía a carcajada limpia. En ese momento alguien entró por la puerta.
  • ¡¡PAPAAA!!- gritó Andrei. Se levantó corriendo del sofá y abrazó con entusiasmo las piernas de nuestro padre.
  • Hola hijo.- respondió sonriente mientras alborotaba el pelo del pequeño. Iba trajeado y con maletín. Apenas me dedicó una mirada de pasada y se fue a la habitación. Supongo que 12 años no son suficientes para aceptar que tu hijo tiene problemas mentales.

Cinco minutos antes de las diez y media mi madre nos llamó. ¡Chicos! ¡A cenar! Dejé los cascos sobre el escritorio de mi cuarto y me levanté. Me encaminé al comedor no sin antes recoger mi estuche de pipetas. Ya junto a la mesa donde estaban sentados mis padres y mi hermano me coloqué frente a la pared e introduje el estuche en un orificio situado al lado de la ventana. Pulsé un botón y pasé el brazalete de mi muñeca por delante del detector. Se escuchó un pitido y después un zumbido constante. Mientras las pipetas se rellenaban miré a través de la ventana. Ya había anochecido y las luces de las farolas y demás viviendas alumbraban la abundante vegetación de las avenidas. Vivíamos en un tercer piso, el último piso de casi todos los bloques de viviendas. Me costaba creer que antes los edificios llegaran a tener más de cincuenta. El césped del jardín se extendía desde el último peldaño que da a nuestro portal hasta el camino de baldosas del centro de la calle sobre el cual estaban las vías de las esferas móviles, el transporte en nuestra ciudad. La masificación del Antes debía de ser horrible. Otro pitido me avisó de que las pipetas estaban completas. Saqué el estuche del orificio y me senté en la mesa. En cuanto me senté todos abrimos nuestros estuches. Una fila de diez pipetas estaban colocadas en fila y verticalmente sobre una almohadilla, cada una con un liquido de diferente color en su interior. Cogimos la primera y vertimos su contenido en un vaso. La mía era de color rojo anaranjado. No tenía ni idea de lo que era. Lipidos, glúcidos, aminoácidos... lo esencial para alimentarnos, ni más ni menos. Cada uno con una dieta especifica de acuerdo con nuestras necesidades. Mi madre fue la primera en romper el hielo y además se dirigió a mi:
  • ¿Cómo ha ido la presentación? Me han dicho que este año la mismísima presidenta de la OMP os ha deseado buena suerte en vuestros estudios en directo.
  • Todo un detalle- dijo mi padre.
  • No ha llegado a un minuto de grabación. No ha sido para tanto- dije yo quitándole importancia.
  • Sabes muy bien que tiene muchas responsabilidades y una agenda muy apretada. Que a pesar de ello haya encontrado un momento para los nuevos estudiantes de grado dice mucho a su favor. Deberías estar agradecido.
  • Lo está. ¿Verdad, cariño?- interrumpió mi madre para suavizar las cosas.
  • Si, lo estoy- dije a regañadientes.
  • Bueno y ¿que te han dicho?
  • Han estado cerca de una hora repitiéndome básicamente lo que ponía en el folleto de información que nos dieron antes de elegir carrera. Aparte de eso me han hecho un montón de preguntas para conocer mi personalidad y así elegir al tutor adecuado para mí pero todos sabemos que no se lo van a pensar mucho. La lista es reducida. Me pondrán con otro forlasita como yo y de no haberlo con el más incompetente de todos. Así son las cosas. ¡Bendita República!- mi padre golpeó la mesa con el puño.
  • ¡Ya está bien! No te consiento que hables de ese modo. Si no vas a decir más que disparates mejor cállate- Apreté la mandíbula y miré al frente. Le di el último sorbo al liquido del vaso y eché la siguiente pipeta. Esta vez era de un color verde oscuro. De nuevo mi madre fue la primera en hablar.
  • Y tu cielo, ¿qué es lo que has aprendido hoy en el cole?- esta vez se dirigió al pequeño Andrei. Este que hasta ahora había tenido una expresión grave miró a su madre y volvió a sonreír.
  • La profe nos ha explicado que cosas nos hacen diferentes a los niños. Lo que nos diferencia a chicos y a chicas- se rió suavemente y siguió- que a algunos les gustan las chicas, a otros los chicos y a otros los dos... y también nos ha dicho que todos tenemos unas patica... partica...
  • Particularidades- le ayudo nuestra madre.
  • Si! Particularidades mentales. Y cada uno tenemos un tipo pero todos tenemos a un Eze en la cabeza- esta vez le tocó reírse a mi madre y a mi padre incluso se le curvó los labios hacía arriba.
  • Eze solo está en la tuya cariño. Pero es cierto que todos tenemos a alguien aquí dentro- se señaló la frente- que nos ayuda y nos protege siempre.
  • ¡el ángel de la guarda!- gritó emocionado Andrei.
  • Exacto y a ese ángel guardian lo llamamos hospe cuando es bueno y nemicus cuando es malo. Aunque no todos tienen la misma suerte- mi padre me miró de soslayo- algunos nacen sin nadie en la cabeza, tienen la mente completamente en silencio y lo único que pueden escuchar son sus propios pensamientos. Estas personas a menudo se sienten tan solas y abandonadas que se vuelven agresivas y muy violentas. Por eso los llamamos forlasitas, "abandonados" en esperanto. Y hay que tener cuidado con ellas.- Apreté los puños debajo de la mesa y me mordí la mejilla interior. Hubiera saltado para responderle pero le habría dado la razón. Haga lo que haga gana de todas formas y yo no puedo hacer mas que callar y seguir sentado. Odiándolo. Odiándolo con todas mis fuerzas. Es listo y manipulador. Y me desprecia. No dudará en hacerme daño porque para él no soy su hijo, soy un estorbo. Algo de lo que le encantaría deshacerse. Traté de serenarme todo lo que pude y conseguí decir:
  • Me terminaré el resto de la cena en mi cuarto. Buenas noches.- dije fríamente y sin mirar a nadie. Me levanté y fui a mi cuarto cerrando la puerta tras de mí.
Me tumbé en la cama y me coloqué los cascos subiendo el volumen de la música hasta niveles casi dolorosos. Amaba el ensordecedor sonido de las notas pero no por como llenaban el vacío o rompían el angustioso silencio de mi interior como pensaba mi padre sino por todo lo contrario, por como lograban callar mis pensamientos demasiado intensos y dolorosos para soportarlos. En poco rato el cansancio pudo conmigo y me dormí.

Un calambre en el brazo me despertó. Mi brazalete lucía con tonos verdes y azules parpadeantes. Toqué su superficie con el dedo índice y frente a mis ojos apareció un mensaje breve pero conciso:
" Tiene media hora para arreglarse y coger una esfera móvil. Su destino se cargará automáticamente. Prepárese para un día duro. Buena suerte."
Eso fue suficiente para despejarme. Estaba extrañamente entusiasmado. Hoy conocería a mi tutor y también lograría echar un vistazo de primera mano a lo que dentro de unos años sería mi trabajo. Me vestí rápidamente mi mono gris de estudiante, el elemento distintivo que comunicaba a los demás que solamente iba para observar. No era necesario que me prestasen ninguna atención, eso podría entorpecer su rendimiento laboral. Sería como un fantasma. Estaba más que acostumbrado a que mantuvieran las distancias conmigo. Era agradable saber que todos los estudiantes iban a pasar por eso. Cogí mi estuche de pipetas y al hacerlo vi los cascos sobre el escritorio. No recordaba habérmelos quitado. Otro calambre en el brazo.
"20 min"
Se tomaban muy en serio la puntualidad. Fui a la cocina a rellenar las pipetas pero no me encontré a nadie. Mis padres hacía una hora que se habían levantado y ya estarían cada uno en sus respectivos trabajos y Andrei en la guardería de guardia. Mi madre era médico científico y mi padre uno de los portavoces más reconocidos de la ciudad. Aunque no gracias a mi ya que había supuesto un descenso brutal en sus índices de popularidad. La noticia de que uno de los ciudadanos más respetados de la ciudad había tenido un hijo forlasita caló hondo y rápidamente en las mentes de los habitantes de Terlasca. Lo siento papá.

Nada más poner un pie en el andén el color de mi brazalete se volvió rojo y en el centro mostró el número dos, el orden de entrada a las esferas. Por la izquierda llegaba una de ellas, decelerando conforme llegaba a la plataforma. Eran cabinas de cubierta metálica y tono cobrizo con enormes ventanales y espacio para cuatro personas. Las puertas del compartimento se abrieron y sobre ellas apareció el numero uno. Las cuatro personas con el respectivo numero entraron sin vacilar. A los pocos segundos y con un chirrido metálico la esfera se puso en marcha y se marchó. Pude oír sin volver la mirada como alguien subía por la escalera y se colocaba a mi lado.
  • Hola.- dijo una voz conocida. Me volví. Era Sarah, una compañera de clase del curso pasado y de las pocas personas que a pesar de mi enfermedad me trataban con amabilidad, casi como si fuera una persona normal.
  • Hola.- le respondí con una sonrisa. Llevaba el mismo mono gris de estudiante que yo- ¿tu primer día?- asintió con la cabeza.
  • ¿Y el tuyo?- asentí también- No he estado más nerviosa en toda mi vida.
  • ¿A no?¿Y esa vez en primero cuando creíste que tu dulce Sylvian te había abandonado?- cualquiera se hubiera ofendido con el tono irónico que utilicé pero ella no. Ella era diferente. Puso una expresión entre sorprendida y herida y entre risas me pegó un codazo.
  • No te burles. Lo pasé muy mal. Por cierto, Sylvian dice que eres un capullo.
  • Lo que yo decía, la dulzura personificada... Mira, ya llega nuestro transporte.
Sarah se giró y observó la esfera aproximándose. Con el movimiento el mechón de pelo que ocultaba parte de su cuello dejó al descubierto una marca roja que continuaba hasta la clavícula y desaparecía bajo la ropa. Tragué saliva.
  • ¿Cómo está tu padre?- le pregunté. Me miró sobresaltada al tiempo que se colocaba el pelo sobre sus hombros ocultando de nuevo la herida. Bajó la mirada al suelo y dio unos pasos hacía las vías donde en ese momento frenaba la cabina.
  • Bien. Mi padre está bien... Muy bien.- Las puertas se abrieron y entró. Yo la seguí y otro hombre que esperaba con nosotros también. Sarah y el hombre se sentaron en los asientos de la izquierda y yo en uno de los de la derecha. Pasamos el brazalete por la mesa negra del centro y esta se encendió mostrando el mapa de la ciudad. Nuestra situación estaba señalada con un punto rojo parpadeante que comenzó a moverse junto con la esfera. Miré a Sarah. Tenía la mirada clavada en el horizonte. Habían pasado un par de años desde que denunció a su padre por pegar a su madre. Pero a pesar de sus esfuerzos para que se supiera la verdad la investigación no llegó a nada porque su madre lo negó todo. Ella entonces no tenía la edad suficiente para solicitar una casa e independizarse y ahora que la tenía podía imaginarse los motivos que la hacían quedarse. Hacía seis meses que su madre había dado  a luz a otro bebé, un ser indefenso y frágil que, sin duda, necesitaba protección. Podía entenderla y eso hacía que le doliera todavía más. Dejamos atrás viviendas, avenidas repletas de arboles, parques, el lago Sheen y la esfera hizo su primera parada frente a un edificio de oficinas negro y azul. El brazalete del hombre cambió de rojo a verde y este se bajó. La esfera se había puesto de nuevo en marcha. Nos habíamos quedado solos.
  • No quería...-empecé a decir.
  • No pasa nada- me miró a los ojos con expresión grave- De verdad, déjalo- Decidí no decir nada más. En unos minutos volvimos a parar. Esta vez fue el brazalete de Sarah el que se volvió verde. Miré por la ventana. Frente a nosotros estaba el Hospital Mayor, el más grande y preparado de todos.
  • Vaya. Así que al final vas a estudiar medicina, como querías. Enhorabuena. Me alegro mucho por ti Sarah.
  • Gracias Liam. Suerte en tu primer día.
  • Suerte a ti también- Y se bajó. 
El siguiente era yo. Me permití dejar de pensar en Sarah y preocuparme por mi. No sabía a dónde exactamente me llevaba la esfera. Había elegido psicología como carrera pero no era yo quien decidía cual iba a ser mi profesión. De eso se encargaban otros en mi lugar. Tenían entre sus variables el examen de personalidad, las calificaciones obtenidas en cursos anteriores, las distintas aptitudes y actitudes que poseo y la necesidad de un trabajador más en uno u otro lugar. Tal vez pasase a trabajar en una consulta atendiendo a gente con problemas, haciendo terapias matrimoniales... Eché un vistazo al mapa. Nos dirigíamos a la escuela. Puede que mi futuro estuviera ayudando y motivando a chavales así como evitando que los profesores cogiesen bajas por estres. No me disgustaba la idea. Me gustaban los niños. Todavía demasiado jóvenes para entender que es un "forlasita". Desde el vehículo vi la escuela a lo lejos y como se iba acercando poco a poco. Haciéndose cada vez más grande. Ya estaba casi a su altura cuando me había convencido de que allí estaba mi lugar. Y sin embargo, pasó de largo. Seguí mirando con cara de idiota la escuela que iba empequeñeciéndose por momentos. Me dí una bofetada mental. Idiota. ¿En serio creías que te iban a dejar a cargo de unos niños? Pero si no era eso. ¿A dónde me dirigía? Miré el mapa y después por la ventana. Hice lo mismo unas cuantas veces mientras observaba impasible como nos acercábamos a la periferia de la ciudad. No supe a donde me llevaba hasta que estuve tan cerca que se hizo obvio. La esfera se paró y mi brazalete se volvió verde. Las puertas se abrieron y despacio salí al exterior. Un soplo de aire fresco me dio la bienvenida y noté un escalofrío. Unos muros altos de hormigón rodeaban todo el recinto que se extendía metros y metros a ambos lados. En frente había una puerta grande de hierro y junto a ella a la derecha descansaba sobre la pared un cartel metálico donde se podía leer: PRISIÓN PSIQUIÁTRICA.
fin del primer capítulo